Se acabó lo que se daba. Ya estamos de vuelta en los Madriles. Afortunadamente con menos calor. Y puedo decir y digo que hemos podido disfrutar de tres semanitas de vacaciones entre playa y pueblo, y repartiendo amor y espinazos rotos con el gordito que fue echar a andar oficialmente un 3 de agosto y no parar NEVER MORE.
Primero fuimos a ver a los abuelos a Barcelona, después nos escapamos los tres solicos a Rivendel donde la playa es abrazada por las montañas y allá por donde mires todo es verde, y acabamos las vacaciones con los otros abuelos en un pueblo de Segovia donde antes pastaban vacas y ahora ni una buena boñiga encuentras, oshe.
Una maravilla ver la vida pasar al fresco, oigan. Al fresco en Rivendel. Al fresco en las noches del pueblito bueno donde la colcha es justa y necesaria.
Hemos disfrutado como berracos. El gordi descubrió la playa, la arena y las olas, y ya no quiso volverse nunca más a tierra firme.
Ya podía estar con los labios morados y tiritando que el no y no salía del agua. En algún momento creí verle branquias. Criatura, que forma de retozar en el agua, al más puro estilo del anuncio de Azur de Puig.
Hemos andado, paseado, corrido… NON STOP! Eso sí, al paso del pitufo, sin prisa pero sin pausa!
En definitiva, han sido unas vacaciones-vacaciones. Hemos desconectado y sobre todo echado de menos Madrid.
Os diré que aún estoy atocinadilla, y que voy como a ralentí. Hacía tanto que no estaba taaanto tiempo de vacaciones, que el cuerpo, y sobre todo la mente, se acostumbra rápido 😉
Pero es ver la risa de mi gordo y darme un superchute de happypowerfull-tira-pa’lante-como-los-de-Alicante de flipar!! ¡¡A por septiembre se ha dicho!!