Que digo que qué necesidad tengo de comprarme una mascarilla facial de esas de barro, de algas, de huevas de nosequé o de pepino.
Para qué gastarme los dineros en cremitas especiales, o en serums para esas primeras arrugas.
Que digo yo que qué necesidad tengo de maquillarme, aunque sea una mijita de colorete y un obligado antiojeras.
Para qué dejarme la mascarilla unos minutos en mis pelos rebeldes sin causa.
Pa’qué.
Pues pa’ná.
El gordo tiene a bien mostrarme, cual chica Avón llama a tu puerta, un nuevo y revolucionario tratamiento de belleza.
Que no es otro que esputurrearme todo el puré/papilla de frutas en mi cara/cuello/pelo/ropa. Whatever. Lo mismo da. Bueno, lo mismo, no, que siempre me da a mi, of course.
Más barato no me puede salir, osshe, que es una mascarilla hecha a base de verduras frescas y frutas. Más natural, imposibol.
En algún momento de nuestro día a día, el gordito me vería soplar cuando su puré se pasaba de caliente, y como ya es un monito de repetición, lo imitó enseguida, con tan mala suerte, que es cuando come, cuando más lo hace (A veces, viendo la tele, se pone a soplar de nuevo). Monísimo a la par que imparable. Llevo el paquete de toallitas como la cartera de mano sobaquera de las marujas cuando bajan al mercado y piden cuarto y mitad de chopped.
Así que ya sabeis el secreto de mi belleza, tó supernatural, tó muy orgánico. 100% guarrerida española…