Tenía previsto contaros cómo nos fue la Operación Pañal de Óscar, sin embargo, las circunstancias mandan y este post no va a tener ni dibujines ni está escrito desde el humor que caracteriza a este blog. Y además me ha salido más largo que un día sin pan, pero no he sido capaz (tampoco he sabido) de resumirlo.
Pero necesito contarlo, ponerle nombre y que, al fin, eche a volar.
Os resumo: A finales del mes de julio supe que estaba embarazada. Cual fue nuestra sorpresa cuando nos dijeron que venían dos. Lo cierto es que me pasé el mes de agosto en shock, intentando hacerme a la idea. A mediados de dicho mes, nos dijeron que el crecimiento de los sacos vitelinos no correspondía a las 6 semanas de las que creían que estaba, y me avisaron que igual sufriría un aborto diferido. A la semana siguiente nos dijeron que una de las placentas estaba ya vacía y en la otra, aunque ya se había formado un embrión, no había latido y además un gran hematoma amenazaba con expulsar, no solo a la placenta vacía si no también a la otra. Me recetaron progesterona y reposo absoluto (todo el reposo que se puede tener con una criatura asalvajada – por el verano- de 3 años). Me citaron para la semana siguiente, para el 3 de septiembre. Ahí nos dijeron que el embrión que quedaba tampoco habría sobrevivido.
Desde que nos avisaron de la amenaza de aborto hasta que nos confirmaron que finalmente no había vida, aunque con pena, nos habíamos ido haciendo a la idea de que el otro tampoco iría adelante. Supongo que es una forma de prepararte previamente a que te den la noticia, y no albergar demasiadas esperanzas, ya que la cosa no pintaba bien. Así que a partir de ahí, lo que queríamos era acabar cuanto antes con todo e intentar pasar página.
Nos ofrecieron dos formas de finalizar el aborto que mi cuerpo ya había iniciado:
- Legrado evacuador: A favor: es rápido, te duermen. En contra: Requiere quirófano, y entre sus efectos secundarios se cuentan hemorragias, infecciones, lesión en órganos vecinos, perforación de útero… Te lo explican todo en la documentación que te hacen firmar en el consentimiento informado.
- Tratamiento médico con Misoprostol : Se trata de un tratamiento con pastillas. A favor: 4 comprimidos vaginales por la noche, cuatro por la mañana, y pasas un día malo manchando tipo regla (más fuerte), pero en tu casita, tirada en el sofá y/o cama, enchufándote ibuprofeno y paracetamol. Su tasa de éxito está en 85-95%. En contra: sus efectos secundarios tales como dolor, sangrado excesivo, nauseas, vómitos, diarrea, dolor de cabeza, astenia. Después de este tratamiento te citan en el Hospital para una eco y comprobar que todo este Ok (o no). También te hacen firmar un consentimiento.
Tenía la experiencia de una amiga que había sufrido un aborto similar; ella optó por las pastillas y le fue bien: lo expulsó por sí misma. Y opté por el segundo.
La noche la pasé bien, y la mañana del 4 de septiembre también, si bien manchaba y tenía molestias, no puedo catalogarlo de dolor. Pero por la tarde se complicó el asunto. Hubo un momento, calculo que fueron horas, que no podía ni levantarme del váter de la cantidad que estaba echando. Mi pobre niño venía a preguntarme si estaba bien e iba corriendo a Mauri a decirle que a mamá le dolía mucho la tipita, porque era incapaz de estar erguida, solo estaba más o menos mejor encogida sobre mis piernas.
En uno de estos momentos, y no me preguntéis en qué estaba pensando y sobre todo por qué coño lo hice sola porque no sabría contestaros, me dije «me voy a dar una ducha calentita«, y supongo que os imaginaréis el resultado. Me caí redonda dentro de la ducha, la cabeza me daba vueltas, pinchazos, oía ruidos, los ojos me hacían chiribitas y la bañera… La bañera parecía sacada del atrezzo de La Matanza de Texas.
Tal cual llegó Mauri con un zumo de naranja y plátano para que me repusiera, y me vio (pobre mío, menuda estampa >.<), llamó a emergencias para que vinieran a por mi, y después a mi hermano César para que se llevara al peque (por Tutatis, que el peque no me viera así).
Mauri me sacó como pudo de la bañera, me secó me vistió y me puso encima de la cama de lado tal y como le pidieron los de emergencias que se presentaron enseguida en casa. 5 personas cargadas de trastos y enchufándome cables y cosas por todos los lados.
Mi hermano llegó y se llevó a Óscar antes de que me sacaran en camilla, ida perdida, tiritando y con sudores. Vamos, pa’chopped.
Afortunadamente vivo cerca de un hospital, así que tardamos muy poquito en llegar. Decir que los de emergencias fueron amables, cariñosos y simpáticos es quedarse corta, porque fueron fundamentales para tranquilizarme.
Una vez allí, la ginecóloga de guardia me examinó y pidió un quirófano para practicarme un legrado de urgencia: para toda la sangre que había perdido no era normal que las placentas siguieran dentro.
Me prepararon para entrar en quirófano. Yo oía como se referían a mi como La chica del legrado. Me tuvieron que hacer una anestesia de cintura para abajo porque había tomado medio zumo (sí, Mauri insistió en que me tomara el zumo) y no podían arriesgarse a hacer la general (para la que se requiere ayuno). Me explicaron todo, paso por paso, tanto de la anestesia como de la intervención. Todo el equipo médico se portó de 10, fueron muy atentos conmigo preguntándome en cada momento cómo estaba, si me dolía, bla bla.
Calculo 10 minutos de intervención donde pude escuchar que había perdido mucha sangre. Después me llevaron a reanimación (porque aún no tenía habitación y era posible que pasara allí la noche) donde pude ver a Mauri y a mi hermano que vinieron a verme hasta las 10, hora en la que debían abandonar la sala.
No soy muy llorona, pero confieso que la situación me superó. Sobre la cama de mi cuarto mientras me pinchaban, me entubaban y demás, lloré; en la ambulancia, lloré. En el quirófano, lloré. En la sala de reanimación, lloré.
De miedo, de dolor, de pena.
No podía parar, no podía controlarlo.
Me encontraba bien pero la anestesia empezaba a dejar de hacer efecto y el dolor volvía de nuevo. Hubo un cambio de guardia y los que se iban explicaban a los que empezaban el turno los diagnósticos de las que allí estábamos, una anciana de -calculo – 80 años que dormía plácidamente y yo, La chica del legrado. Una de las enfermeras nuevas, a parte de palique (que le agradecí hasta el infinito porque estaba terriblemente aburrida y con la de cafés que me había tomado tenía los ojos como un búho y mi cabeza a mil de pensamientos por minuto) me puso un calmante y me preguntó cómo estaba, que lo sentía mucho y que iba a hacer lo que fuera para conseguirme una habitación para que mi chico pudiera estar conmigo y no pasarla sola.
Y lloré, una vez más, porque la humanidad que desprendía esa chavala sobrepasó mi nivel de hormonas viajando locas cual pollo sin cabeza por mi cuerpo.
Me siguió doliendo más y la enfermera de mis entretelas me dijo que me iba a poner una droga maravillosa, que ya verás. Me hizo efecto enseguida, era como si estuviera pedo, qué maravilla, oye… ¡Vivan las drogas!
Después de muchas llamadas escuché que La chica del legrado tenía una habitación, la 466. La enfermera maja vino a contármelo un poco compungida «lo siento, no he podido conseguirte otra. Es que esta es la que está justo en medio de la planta de gine y estarás rodeada de bebés». Me encantaba la empatía de aquella mujer, pero de verdad que en ese momento lo que quería era poder estar con mi chico. Me daba igual que hubiera bebés.
A las 11 y algo me subieron a planta, y por fin vi a Mauri. Pobre mío, que carita tenía… Claro que la mía era de Walking Dead total.
No dormimos mucho porque entraban a cada rato a cambiarme la vía, a sacarme sangre («Mira que me queda muy poquita» les decía bromeando) y también volvía a sentir de vez en cuando dolor abdominal. Vino la enfermera que me ayudó a llegar al baño a orinar. Después no paré de hacerlo muchas veces, y me desvelé otras tantas. No creo que durmiera 4 horas seguidas.
A las 7 estaba ya más que despierta y famélica. Ya no me dolía nada, aunque me mareaba un poco. Yo creí que era la falta de sueño. Después me explicaría la doctora que no, que era por toda la sangre que había perdido, que estaba muy muy floja. Me pusieron una bolsa de hierro en vena y un tratamiento de 3 meses de hierro de 2 comprimidos al día, o sea que podía imantarme a la nevera si quería.
La ginecóloga vino a explorarme y me vio los bajos en particular y a mi en general, muy bien. Me dijo que en cuanto acabara con el hierro en vena podría irme a casa.
Este fin de semana he tenido mucho tiempo para descansar y pensar (Mauri no me deja hacer nada), y no puedo evitar tener en mente a todas aquellas amigas y otras personas que me han contado experiencias similares e incluso peores, en el dolor que se siente, hablo de dolor emocional y dolor físico. Y de nuevo, no puedo evitar llorar (sí, estoy deshidratada de tanto hacerlo!) sentirme vulnerable y pequeñita. Y por qué no, soltar lastre, dejar a la tristeza salir para limpiarse una, llorarlo todo, para poder empezar de nuevo con más fuerza, porque cuando se toca fondo solo queda impulsarse para subir más alto.
No estoy ni bien, ni mal, sino todo lo contrario. Sé que pasará, sé que muchas mujeres han pasado por esto. Sé que pasaremos página. Sé que pasaré página. El libro de nuestras vidas tiene taaantas páginas aún…
No sé si este post ayudará a alguien. Por lo pronto lo escribo para mi, para olvidar y a la vez no olvidar, para retener y para liberar, pero sobre todo para limpiar y empezar.
Borrón y cuenta nueva.
Fdo: La chica del legrado
PD.- Mis más sinceros agradecimientos al equipo de Emergencias y al personal del Hospital Infanta Sofía de San Sebastián de los Reyes (Madrid) por su trato humano, profesional, cercano e impecable.