Baby wins

Siempre gana él. Cuánto antes lo asuma, mejor para todos. Sobre todo para mi.

Si quiero que se coma todo el biberón, él no querrá. Es más, si tiengo una prisa del demonio, me lo echará por encima.

Si quiero sentarme a comer con la comida calentita/ beberme un cafelito/ me estoy enjabonando el pelo/ me llaman por teléfono/ me quedan dos horas para entregar un trabajo, el peque romperá a llorar y demandará mi atención.

Si quiero que coja el chupete, él, sin duda, elegirá dedo/ muñeco/ mordedor/ cualquier-cosa-que-tenga-a-mano-mismamente.

Si quiero que se duerma durante un paseito por la calle, cuando volvamos a casa, en lugar de un bebé, en la sillita habrá un búho con pañales y con  los ojos como platos, hiperactivo y con ganas de charleta.

Eso sí, todo hay que decirlo, hay veces en las que ganas pequeñas batallas de las que te sientes orgullosa, oye, como pasar de tomas cada tres horas a cada cuatro. Todo un logro para el tragaldabas de mi niño. Ah! Y por supuesto, cuando logramos que se entretuviera y durmiera solito.

A pesar de que se salga con la suya, la mayoría de las veces (o casi todas), me arranca una sonrisota tamaño supersize. ¡Si eggque me lo comería!! Quien podría pensar que algo «tan pequeño» puede llevar la batuta de nuestras vidas y tenernos tan profundamente in love… Aaains…

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