Y llegaron los dos añitos…

… Con sus rabietas y sus cosicas.

Por lo general, la vida con Óscar es tranquila… Todo va bien hasta que se le cruzan los cables, y por ejemplo, te pide merendar. Y cuando le das la merienda te dice que no, y cuando te la llevas rompe a llorar, y cuando se la vuelves a llevar te la tira a la cara…

Y así nos pasamos cada tarde/noche, que sí, que no, que llueva chaparrón…

Me pongo en su pellejo y ojocuidao que en cierta forma, le entiendo. Le pasa sobre todo entre semana, está cansadísimo de la escuela, irascible y lo manifiesta así. Igual si hablara te mandaba a la mierda y aquí todos tan felices. Pero la criatura solo tiene sus pulmones y su malaleche.

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Lo he probado todo con él: Desde la negociación, al enfado, a pasar de él… A ver si voy a tener que hacer un curso ceac de esos. Joder, qué frustración.

Hasta que llega SuperMau (o debería decir SuperNanno?) y el sentimiento de frustración se duplica. SuperMau no es otro que el padre de la criatura. Llega, se sienta delante de él, le mira a los ojos tenedor en mano… Y el niño va, y come. Es el Chuck Norris de los padres.

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Me deja con la boca abierta. Me rindo ante él, pero ¿Por qué carajo le toma a él en serio y a mi no? ¿Aprovecha mi tripolaridad para colarme el gol por la banda?

Pero también os digo que voy aprendiendo. Poco a poco, porque soy brutica, pero aprendo. Y cada día procuro que no me cuele más balones, aunque aún no estoy en posición de decir que sea la Iker Casillas de las madres ¬¬

Y como hoy es el día del padre, no quiero dejar de agradecer al homónimo su santa paciencia, su saber hacer con el peque, su amor tan inmenso. Me encantaría empaquetarle la sonrisa que brilla en la carita al gordo cuando le ve, o escucha su voz por el pasillo. ¡Felicidades papá! Luego te achuchamos como mereces  🙂  

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Baby wins

Siempre gana él. Cuánto antes lo asuma, mejor para todos. Sobre todo para mi.

Si quiero que se coma todo el biberón, él no querrá. Es más, si tiengo una prisa del demonio, me lo echará por encima.

Si quiero sentarme a comer con la comida calentita/ beberme un cafelito/ me estoy enjabonando el pelo/ me llaman por teléfono/ me quedan dos horas para entregar un trabajo, el peque romperá a llorar y demandará mi atención.

Si quiero que coja el chupete, él, sin duda, elegirá dedo/ muñeco/ mordedor/ cualquier-cosa-que-tenga-a-mano-mismamente.

Si quiero que se duerma durante un paseito por la calle, cuando volvamos a casa, en lugar de un bebé, en la sillita habrá un búho con pañales y con  los ojos como platos, hiperactivo y con ganas de charleta.

Eso sí, todo hay que decirlo, hay veces en las que ganas pequeñas batallas de las que te sientes orgullosa, oye, como pasar de tomas cada tres horas a cada cuatro. Todo un logro para el tragaldabas de mi niño. Ah! Y por supuesto, cuando logramos que se entretuviera y durmiera solito.

A pesar de que se salga con la suya, la mayoría de las veces (o casi todas), me arranca una sonrisota tamaño supersize. ¡Si eggque me lo comería!! Quien podría pensar que algo «tan pequeño» puede llevar la batuta de nuestras vidas y tenernos tan profundamente in love… Aaains…

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