Mamitis aguda

Óscar nunca ha sido un niño mimosón. De hecho le agobia que le abraces y le besuquees. Ha salido a la madre, para desgracia del padre que ahí donde le veis es un osito de peluche formato XXL.

Pero de un tiempo a esta parte, con sus 16 meses cumplidos, llevo notando una necesidad imperiosa de mi persona a todas horas. Necesita, como poco, tenerme en su campo visual o sino se queja. Afortunadamente no te monta el pollo, y sus quejidos son de carácter leve, como de ñoñez.

Aún no se suelta a andar, pero de una manita anda ya, y hay veces que lo intenta, pero me temo que sus trece kilazos son poco… ergonómicos. El va pegadito a la pared andando, o moviéndose de mueble en mueble, cual Tarzán doméstico, hasta que en un instante cualquiera, y sin venir a cuento, hinca las rodillas en el suelo cual penitente rollizo, y  alza sus bracitos de medio kilo pidiéndome con más cara de pena que otra cosa, que le cargue, que me mime, que le diga cositas… Como si me fuera a marchar para siempre como la madre de Marco. Criatura.
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Y en esas estamos, que vamos paseando varios con él por la calle, me quedo rezagada hablando y ya está gimiendo por la «sua mamma«…

¡Ah! Pero no creáis que cuando le cargo/hago caso es todo amor y se me queda pegaico cual lapa, que al milisegundo ya quiere volver a bajarse, o pasa tres kilos de mi echando los bracitos a otro@. Vamos que es lo que viene siendo una demanda express. De Pim Pam.

Lo cierto es que se me hace el culete pesssssicola cuando, una vez captada mi atención, me sonrié con devoción supina. Ains… Como diría la NSN, exhalo #suspirosdeamor ^^. ¡Aunque sean de minuto y medio! 😛