Crónicas del parque

Como a todos los niños, a Óscar le apasiona el parque.

Yo os confesaré que lo odio (aunque voy religiosamente, oiga). No me gusta la arena (mezclada con colillas y demás guarradas), no me gusta que Óscar se la meta en la boca y la rumie, pero lo que peor llevo son los niños hooligans y sus padres/abuelos… vamos a dejarlo en pasotas.

Cuando comenzamos a ir nos echábamos ratos muy majos en el balancín, pero de un tiempo a esta parte ha desarrollado una obsesión compulsiva con el tobogán y con otros columpios rarunos.

En principio el tobogán es el Santo Santorum del parque, quizás porque este tiene una plataforma desde la que te deslizas, por lo que los niños y niños se apelotonan allí arriba.

Es poner un pie en el parque e ir andando hacia él con los brazos estirados como si estuviera hipnotizado «Mi paaaarque, tobogáááán» (léase con voz de E.T.).

Como aún no puede subir por las escalerillas, le sentamos directamente en lo alto del tobogán, y cogiéndole de la manita, hace la bajada, a carcajada pura, más feliz que una perdiz la criatura.

Esto es lo que suele ocurrir cuando hay pocos niños o ninguno. Al menos en nuestro barrio. Y cuando llega la Happy Hour mi pobre gordinchi se ve relegado a esperar, cuando no es empujado y vapuleado por los grandes.
10_septiembre_hooligans_toboganPorque sí, en todos los parques hay un niño/niña joputa, ese que lleva el cotarro, al que todos siguen, que suele ser de los mayores. Y el nuestro no iba a ser menos. Una niña de unos 4 años (aprox.) se hizo con el parque en cuanto puso su tremendo pinrel embutidito en un zapatito rosa de lunares en él.

A Óscar, como ya sabéis, le tiran las mayores, así que fue hacia ella, junto con unos 5 niñitos más, a los que la niña hooligan no solo ignoró, sino que empujó con mala leche. En plan «que corra el aire, chato«.

Pero los moscardones, (entre ellos mis mosca) seguían ahí, embobados, mirándo a la criatura como si fuera una diosa. La diosa japuta del parque.

En una de las trescientasveinticuatro veces que la nena se tiró por el tobogán tuvo a bien empujar a su hermanito que lo intentaba antes que ella. El hermanito, que debería tener unos 2 años, se metió un guarrazo del quince, la niña sonrió malignamente y yo creí verle unos pequeños cuernos asomando por su rubia cabeza de diosa infantil.

Sus abuelos, en lugar de increparle algo (ni tan siquiera de decirle que cediese el tobogán a otros nenes, a los iluminatis -o moscardones), o de castigarle directamente, fueron a recoger al niño ostiado en el suelo, y esto fue lo que dijeron:

«Ruth, eso no se hace»

¿Hola? ¿Y ya? Alma de cantarus… ¿Tu crees que con semejante frase… ? ¿De verdad?

La niña japuta siguió haciendo el mal todo el tiempo que estuvo en el parque. Ignoró a mi gordo, esa es la verdad (menos mal), pero el hermano de la joputa se encargó de quitarle la pelota, el cubo y todo lo que Óscar tocara. Los abuelos, ni , oiga. Y razonar con un futuro hooligan es tremendo esfuerzo, que desde luego no me tocaba a mi hacer.

Como todos los días era lo mismo, decidimos, bueno, no, decidí yo, que si el peque hablara volvería a repetir adoración máxima a la niña hooligan, emigrar a otro parque donde no hubiera tanta hostilidad.

Y lo conseguimos. Eso sí, en este parque sigue habiendo colillas, Óscar hace degustaciones de arena, pero nos tiramos por un tobogán feote de elefante las veces que queremos, e incluso hemos descubierto un columpio-olla (entra en la categoría de columpio raruno) que hace las delicias del gordo. ¿Para qué sirve el columpio? Ni idea, el se dedica a darle manotazos (suena eco) y a llenarlo de arena.

12_sept_columpios

Suele estar menos masificado. Un día llegaron tres nenas -aparentemente normales, no hooligans– de entre 5 y 8 años y ocuparon la olla metiéndose dentro de la misma (a lo que yo pensé, aaaanda leches, para eso sirve o_O).

Óscar se quedó ahí plantado, abriendo muchos los ojos y sonriendo maravillado entre lazos, falditas y esas caritas bonitas. Le tuve que movilizar yo porque empezaron a hacer girar la olla y el gordo, que estaba agarrado a ella en plan «No sin mi olla«, estaba más en el suelo que de pie.

Pobre gordinfli mío, se quedó el resto del tiempo mirando con arrobo a las ninfas del parque desde la lontananza sin pestañear.