Crónicas del parque III – Las madres, esa fauna

Ya es otoño en El Corte Inglés. Y aquí en mi pueblo. La nube de Mordor que sobrevuela nuestras cabezas y la bajada de temperaturas así lo corroboran.

Y volvemos a hacer rondas por el parque.

Una vez más, nos juntamos las madres con sus churrumbeles, sus cubos y palas y sus vicisitudes. Qué tal el verano, cómo ha crecido son algunas de las frases más sonadas… Y yo tenía una crónica del parque pendiente.

Apuntadas todas vuestras demandas de ampliar la lista de fauna maternoparquil de mi última crónica del parque, aquí estoy con seis tipos de madres.

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La madre cotilla: Es esa que te sonríe cuando te ve con la esperanza de que sueltes prenda y pone la oreja cuando otras dos mamis están hablando. No siempre mete baza, pero la joía se entera de todo y siempre dispone de información privilegiada. Ojocuidao con este ejemplar, acecha en cualquier momento.

Diagnóstico: Ama el parque. Es el caldo de cultivo ideal para sus chismes.

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La madre sufridora: La distinguirás por sus cejas, que nunca están horizontales, por su frente perlada de sudor, por sus ojos muy abiertos y su inquietud. No le quita ojo a su criatura e imagina situaciones temerosas que le puedan pasar a su miniser. Por ello sufre. En silencio. Como las hemorroides.

Por lo general a sus hijos no les pasa nada, o al menos nada que no le pase a otro crío, tipo caer de culo, comer arena o recibir un galletón de otro niño.

Diagnóstico: Odia el parque. Su frase favorita es «Nos vamos a casa, Miguelito«.

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La madre pasota: Se la suda todo, ella va a su aire, ajena a todo, incluido su crío asalvajado. Si el hijo se acerca con la crisma abierta, le mira por encima y sentencia «Venga, venga, que no es para tanto. Ale, a jugar»

Diagnóstico: Se la pela, el parque y todo.

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La madre hitleriana o Rottenmeyer. Esa madre que se pasa la hora y media del parque pegando voces a sus churrumbeles, dando órdenes y siendo temida no solo por su estirpe sino por todo la fauna maternoparquil. Verla venir a lo lejos, y cuadrarse todo bicho viviente es uno.

Diagnóstico: Le gusta poco o nada el parque. Hay caos. Hay arena. Hay gente.

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La madre perroflauta: Defensora de la causa animal, de pelo indomable con un Mowgli por hijo, al que deja hacer de todo en un ejercicio de libertad y buenrollito. Es una mezcla entre la ecológica y la entregada, pero dejando su espacio a su miniser, sin agobiar, porque debe ser tan espíritu libre como ellas.

Diagnóstico: Le encanta el parque.

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La madre cansina. Pero cansina Premium. La insoportable que todo lo sabe y te da ración de oreja aunque no preguntes. Huele a kilómetros su presa, se acerca sigilosamente y la atrapa con un contacto visual primero y después suelta su verborrea a cascoporro dejándola atrapada en kilos de información que la mente no es capaz de procesar. Al menos la mía.

Diagnóstico: Le pirra el parque. ¡Hay tanto que enseñar!

Cónicas del parque II – Las madres, esa fauna

En la anterior Crónicas del parque hablaba de la fauna infantil que hay en mi barrio, pero un capítulo aparte merecen sus madres, esa fauna maternal (y paternal, pero menos) que me encuentro cada día en los alrededores de nuestra casa.

Que no me mola el parque es por todos sabido, no solo por la arena, ni por la mierda que nos encontramos cada día allí, sino por la, a veces interacción y otras ausencia de la misma con las mamás/papás de otras fieras. Vamos que no soy la única que pasa del parque. También hay algún buenpadre, y alguna buenabuela, pero la abrumadora mayoría son mamás. Esto es así y los pimientos son asaos.

Después de casi un añito de observación puedo exponer algunos tipos de madres de parque:

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La madre pija: Es esa que siempre va muy estirada, enfundada en una falda lápiz y con taconacos de vértigo, con la cabeza alta y ademanes exquisités. Se la detecta por sus eses líquidas y porque casi nunca se sienta en los bancos del parque, se queda de pie con los brazos cruzados evitando contacto y vigilando en la lontananza a su churrumbel, generalmente vestido de la época de Luis XVI. Un día hablas con ella y descubres que tiene su puntico, pero cuesta. Lavirgen si cuesta.

Diagnóstico: No. A ella tampoco le mola el parque.

24_junio_2014_diariodeunaendorfina_lamadrefriki

La madre friki. Esa madre que no suelta el móvil hasta que su hijo/a se empotra en el tobogán. Se dedica a contar en sus redes sociales lo coñazo que es ir al parque, lo que se aburre, lo cerdísimo que está, hace fotos a su guacho/a, y reenvía chorradas y/o vídeos de la criatura por wassap como si no hubiera un mañana. No se relaciona con nadie (bueno, con su hijo/a sí. Aunque no siempre). Frikea.

Diagnóstico: Tampoco le gusta el parque, pero su frikismo hace que se la pase rápido.

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La madre ausente. No estaba muerta, que estaba de parranda. Dícese de aquella que enchufa a las criaturas en el parque y se va a hacer la compra o a fumarse un piti bien lejos o a hablar por teléfono, o simplemente desaparece. Sabes que tiene que haber una madre porque hay niños de más, no te salen las cuentas. Por lo general suelen ser las madres de los niños porculeros del parque. 

Diagnóstico: A esta madre el parque le hace la cobertura, aunque gustar gustar, no es que le mole mucho. Y sus hijos, menos.

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La madre ecológica. Aquella que te pregunta cómo haces el puré de verduras, y cuando le cuentas tu sistema revolucionario de congelar ordas vikingas de tuppers de purés desarrolla un pequeño tic. Porque ella, te explica, lo hace cada día, uno diferente, para estimular todos los sabores y por supuesto al vapor para conservar todas las maravillosas facultades de las verduras. Usa pañales ecológicos para su criatura, hace cremas caseras, es megafan de lo orgánico, y nunca ha comprado un potito en su vida. Para ella eres el coco, pero es simpática -al menos te habla-  y parece buena persona, intensa, pero maja.

Diagnóstico: Le gusta lo que le gusta a su hijo/a, ergo le mola el parque, porque su hijo/a se expresa en libertad (y a veces también reparte ostias como panes en libertad… pero bueno, eso ya es harina de otro costal…)

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La madre caraperro. Aquella madre a la que no le preguntas ni la hora no vaya a ser que se cague en tus muertos. Tiene cara de pocos amigos, no se relaciona con nadie pero ni pizca ganas que parezca que tenga (igual está podrida precisamente por eso, por estar sola) y en ocasiones siento miedito cuando hay tiene lugar un mínimo contacto visual o su criatura interactúa con mi gordo y éste le empuja. Sufro en silencio. Digamos que no tiene el toto pa ruido

Diagnóstico: Odia el parque y a la humanidad.

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La madre entregada. Esa que nunca serás. Es aquella madre feliciana que aplaude todo lo que su pequeño haga, sea lo que sea. Se la ve absolutamente entregada a su churrumbel, y presume constantemente de él ante las otras madres. A veces es pelín cansina, pero se la ve tan realizada con su maternidad y ese triple brillo en los ojos, que enternece. Por lo general juega con su nene/a, se sienta con él/ella, hace figuras de arena, y también habla con otras madres para contar que su hijo/a come, duerme y descome rebien. Simply The Best.

Diagnóstico: Le rechifla el parque.

¿Adivináis qué madre soy yo? Un, dos, tres, responda otra vez…

¿Y vosotras? ¿Qué madre sois? ¿Qué tipo de madre echas en falta en mi estudio maternoparquil?

 

Descubriendo el mundo

Llevo tiempo apuntando mentalmente cosas que va descubriendo el gordo y que me hacen esbozar una sonrisota. Y como mi memoria es blandurri, lo iba añadiendo a este post que no acababa de ver la luz del sol.

Una tarde calurosa paseando hacia el parque, Óscar descubrió una mancha negra que le seguía allá donde fuera. Al principio yo no sabía porqué leches corría, se paraba en seco, después hacía alguna pose monguer (indiscutible herencia materna) y señalaba la sombra, me miraba, chapurreaba algo en su lenguaje y abría mucho los ojos. Y sonreía. La emoción del descubrimiento le volvía locatis.

Tuvimos juego para toda la santa tarde. Me imagino que en su gordicerebro debía ocurrir más o menos esto:

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Otro día poniéndole un pantalón del chandal que tenía bolsillos, le mostré los mismos metiendo mi mano en ellos. Me puso su mejor cara de «este mensaje se autodestruirá en 5 segundos» o lo que viene siendo un «me la pela» Grado 1, así que pasé del tema. Le enchufé el pantalón y a otra cosa mariposa.

Cuál fue mi sorpresa cuando le veo pasear con una cara de feliciano way of life total, y los bolsillos abultados, sobresaliendo piezas del puzzle que precisamente yo estaba recogiendo. Cuando le pregunté por ellas se limitó a encoger los hombros y diciendo «¿Donetán?» (=¿Dónde están?). Se dio la vuelta feliz con su descubrimiento y con los pantalones medio caídos del peso…

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Será joíocrío… Me parto de la risa, como cuando tuvimos que recoger todo el parque de basura (modo ironía ON) ¬¬

El gordi es muy apañao él y después de merendar su sandwich de jamón york tira su correspondiente envoltorio a la basura. Y en casa, igual.

Hasta ahí bien. Qué bonico y qué bien enseñado y tal… Sí, pero ¿Qué pasa cuando vas al parque y éste está lleno de latas vacías de refresco, de envoltorios de bollos, colillas y demás?? ¿Cómo leñe le explicas que eso no se recoge -y ya se había puesto a faenar la criatura, ojocuidao-, si siempre le has explicado que eso es caca y la caca va a la basura?

Para no cortocircuitar su cerebelo de 2 añicos, hete ahí a madre e hijo, mano a mano, haciendo tremenda labor social a la comunidad recogiendo las mierdas que otros han dejado. Maravilloso.

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Nota mental: En cuanto crezca un poco más, explicarle detalladamente este punto…

Crónicas del parque

Como a todos los niños, a Óscar le apasiona el parque.

Yo os confesaré que lo odio (aunque voy religiosamente, oiga). No me gusta la arena (mezclada con colillas y demás guarradas), no me gusta que Óscar se la meta en la boca y la rumie, pero lo que peor llevo son los niños hooligans y sus padres/abuelos… vamos a dejarlo en pasotas.

Cuando comenzamos a ir nos echábamos ratos muy majos en el balancín, pero de un tiempo a esta parte ha desarrollado una obsesión compulsiva con el tobogán y con otros columpios rarunos.

En principio el tobogán es el Santo Santorum del parque, quizás porque este tiene una plataforma desde la que te deslizas, por lo que los niños y niños se apelotonan allí arriba.

Es poner un pie en el parque e ir andando hacia él con los brazos estirados como si estuviera hipnotizado «Mi paaaarque, tobogáááán» (léase con voz de E.T.).

Como aún no puede subir por las escalerillas, le sentamos directamente en lo alto del tobogán, y cogiéndole de la manita, hace la bajada, a carcajada pura, más feliz que una perdiz la criatura.

Esto es lo que suele ocurrir cuando hay pocos niños o ninguno. Al menos en nuestro barrio. Y cuando llega la Happy Hour mi pobre gordinchi se ve relegado a esperar, cuando no es empujado y vapuleado por los grandes.
10_septiembre_hooligans_toboganPorque sí, en todos los parques hay un niño/niña joputa, ese que lleva el cotarro, al que todos siguen, que suele ser de los mayores. Y el nuestro no iba a ser menos. Una niña de unos 4 años (aprox.) se hizo con el parque en cuanto puso su tremendo pinrel embutidito en un zapatito rosa de lunares en él.

A Óscar, como ya sabéis, le tiran las mayores, así que fue hacia ella, junto con unos 5 niñitos más, a los que la niña hooligan no solo ignoró, sino que empujó con mala leche. En plan «que corra el aire, chato«.

Pero los moscardones, (entre ellos mis mosca) seguían ahí, embobados, mirándo a la criatura como si fuera una diosa. La diosa japuta del parque.

En una de las trescientasveinticuatro veces que la nena se tiró por el tobogán tuvo a bien empujar a su hermanito que lo intentaba antes que ella. El hermanito, que debería tener unos 2 años, se metió un guarrazo del quince, la niña sonrió malignamente y yo creí verle unos pequeños cuernos asomando por su rubia cabeza de diosa infantil.

Sus abuelos, en lugar de increparle algo (ni tan siquiera de decirle que cediese el tobogán a otros nenes, a los iluminatis -o moscardones), o de castigarle directamente, fueron a recoger al niño ostiado en el suelo, y esto fue lo que dijeron:

«Ruth, eso no se hace»

¿Hola? ¿Y ya? Alma de cantarus… ¿Tu crees que con semejante frase… ? ¿De verdad?

La niña japuta siguió haciendo el mal todo el tiempo que estuvo en el parque. Ignoró a mi gordo, esa es la verdad (menos mal), pero el hermano de la joputa se encargó de quitarle la pelota, el cubo y todo lo que Óscar tocara. Los abuelos, ni , oiga. Y razonar con un futuro hooligan es tremendo esfuerzo, que desde luego no me tocaba a mi hacer.

Como todos los días era lo mismo, decidimos, bueno, no, decidí yo, que si el peque hablara volvería a repetir adoración máxima a la niña hooligan, emigrar a otro parque donde no hubiera tanta hostilidad.

Y lo conseguimos. Eso sí, en este parque sigue habiendo colillas, Óscar hace degustaciones de arena, pero nos tiramos por un tobogán feote de elefante las veces que queremos, e incluso hemos descubierto un columpio-olla (entra en la categoría de columpio raruno) que hace las delicias del gordo. ¿Para qué sirve el columpio? Ni idea, el se dedica a darle manotazos (suena eco) y a llenarlo de arena.

12_sept_columpios

Suele estar menos masificado. Un día llegaron tres nenas -aparentemente normales, no hooligans– de entre 5 y 8 años y ocuparon la olla metiéndose dentro de la misma (a lo que yo pensé, aaaanda leches, para eso sirve o_O).

Óscar se quedó ahí plantado, abriendo muchos los ojos y sonriendo maravillado entre lazos, falditas y esas caritas bonitas. Le tuve que movilizar yo porque empezaron a hacer girar la olla y el gordo, que estaba agarrado a ella en plan «No sin mi olla«, estaba más en el suelo que de pie.

Pobre gordinfli mío, se quedó el resto del tiempo mirando con arrobo a las ninfas del parque desde la lontananza sin pestañear.