La semana pasada cortamos el pelo al pitufo que el pobre entraba en ebullición desde primera hora de la mañana… Al más puro estilo Mario Conde, sus ricillos se iba mojando de sudor hasta quedar con esa apariencia de tiburón de Wall Street «al vapor«.
Así que un domingo perezoso, de esos que perreas de la cama al sofá y del sofá a la cama, sin rumbo fijo (más allá de agarrar al peque pa que no se lleve a la boca cualquier cosa que pilla) y con la mirada perdida, el padre de la criatura propuso cortarle el pelo con la maquinilla que él tiene y usa. Le sentamos en el asiento especial que tiene para la bañera, porque no para quieto, le sujeté los bracitos y Mauri se puso al lío.
El año pasado por esas fechas también se lo cortamos, pero claro, se movía menos… Aunque el padre se pasó un pelín y la criatura parecía uno de los de Planta 4ª :S

Pero este año, los llantos del gordi retumbaron por todo el edificio, ¡Parecía que le estuviéramos quitando la piel a tiras! Gensanta que manera de gritar, de llorar, de menearse con toda la fuerza que tiene….

Y es que su pelo, su melenón, esos ricitos tan rebonicos… ¡¡Estaban siendo mancillados!! Se revolvió en la silla, lucho con sus fuerzas, sudó, peleó… El angelico lo intentó, pero nos salimos con la nuestra, y hete aquí el resultado:

Vale que está reguapo, pero echo de menos los ricines ^^
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